Tampoco se ha dado cuenta de que cuando ella sube a desayunar, yo ya estoy tomando el mío, cosa que no le permite, por reglas de civilidad y buenas costumbres, sentarse y desayunar frente al televisor, como es la costumbre acá y la obliga a tener una cordial cita conmigo.
Pasa el día lento para ambos, cada uno sumido en sus tareas en sus respectivos cuartos, con las puertas abiertas como una invitación in-intencional a entrar en la intimidad del otro. Salen de imprevisto en sus bicicletas, vuelven se topan y se saludan con reverencias del siglo 17, se oyen el uno al otro a escasos metros canturreando o manipulando alguna herramienta.
Él guarda una réplica de la cabeza de ella en una mochila bajo su cama. Melena oscura, tez clara, dientes perfectamente blancos y redondeados contrastando con el rojo de sus labios y encías. Él besa la frente de la réplica antes de salir, la pone entre sus piernas cuando se acuesta a dormir. La peina y la pone en lo alto de una repisa desde donde ella pueda observar y acompañar todos sus movimientos.
Ella a su vez, no se preocupa jamás de recojer sus cabellos atascados en el desague después de ducharse y de vez encuando abandona su ropa usada en el suelo del baño.
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