miércoles, 1 de octubre de 2014

Líneas de fierro caliente

Era día martes en el desierto.  El aire estaba limpio  y a esa hora de la mañana el calor ya era punzante, como siempre. Los rayos del sol sobre su nuca, rebotando en la tierra del suelo y chocando contra sus ojos eran tan filudos como las rocas del paisaje. Era martes, Les lo sabía, pero al inmenso plano de polvo y rocas le era indiferente y no cambiaría jamás su comportamiento según qué día o mes del año fuese, salvo contadas ocasiones  en las que llovía y que Les aprovechaba para juntar agua. La línea  de horizonte infinita, inmóvil  y lejana era el límite del hábitat de Les, que no recordaba cómo había llegado ahí, pero sabía que ese era su nombre porque el overol que vestía tenía  bordado con hilo, a la altura del corazón, las letras L-E-S.
Al amanecer  salía de su refugio  de madera y techo de lata. Caminaba kilómetros hasta los rieles del tren que dividían al desierto en dos. Se sentaba en medio de las  líneas de fierro caliente a esperar  que  algún ruido le avisara de la proximidad de un tren. Cada tanto acercaba su oreja al riel para verificar, con cuidado de no quemarse. Miraba al horizonte. Imaginaba al tren acercándose. Intentaba obviar los efectos ópticos que distorsionaban su visión y estar atento pero pronto empezaba a divagar. Proyectaba las líneas del tren hacia el cielo, dibujando una equis gigante. Concentrándose en cada porción triangular que se formaba, separando y clasificándolas.  Cruzaba el cielo con las  líneas de fierro sobre su cabeza y las hacía  erguirse en  el suelo como pilares de una  mega estructura.  Replicaba en el cielo su propia imagen invertida. Lograba desdoblarse y sentir  la fuerza de gravedad en su cuerpo  suspendido entre los rieles  y verse allá abajo como un diminuto punto negro en esa inmensa extensión de tierra amarilla. Sentía el pulso de su sangre en la cabeza, y cómo esta se movía al son de cada latido por más que  intentara mantenerla quieta. Lo mismo su cuello, su tórax y sus piernas. La cadencia de pulso fue bajando hasta que Les entró en un profundo sueño sin prestar atención a las piedras que quedaron bajo su espalda y su cabeza.
Soñó con el mar.
Despertó con un hilo de saliva colgando de su boca. Hubiera querido dormir más. Se levantó. Caminó por lo rieles en dirección contraria. En su camino iba reconociendo las marcas que había dejado en otras ocasiones.  Piedras amontonadas, su nombre escrito con pequeños surcos,  excrementos secos y desteñidos por el sol. Cada día caminaba un poco más por la línea férrea conquistando nuevos tramos. Cuando pasaba largo rato sin encontrar alguna seña hacía un alto y buscaba algo con qué dejar una marca. Generalmente eran montones verticales de rocas y una flecha dibujada en el suelo indicando la dirección de su refugio.
Un  viernes, camino a la línea férrea, encontró un zapato de seguridad. Al principio creyó que era una roca al estar cubierto de polvo, pero cuando lo sacudió y descubrió lo que era, lo soltó y miró hacia atrás buscando algún testigo. Lo recogió y regresó a su cubil y lo puso en la repisa  junto a los otros objetos de procedencia humana.
A los pocos días, en esa misma zona, encontró el esqueleto de un cuadrúpedo. No pudo distinguir qué animal era, porque el cráneo estaba aplastado, pero debía ser un perro o un zorro, quizá una llama joven . Al intentar levantarlo los huesos se desprendieron y sonaron tímidamente al caer al suelo. Decidió mover su refugio a esa zona  donde cada día encontraba más rastros humanos.
Un aullido lo despertó en medio de la noche. En su nueva locación, situada estratégicamente, Les podía divisar la línea del tren, desde donde provenían los agudos y cada vez más sostenidos gritos. Se asomó, pero no distinguía nada en medio de la noche. Sintió un llamado de auxilio. Se apresuró a salir sorteando los obstáculos del suelo a oscuras. Se detuvo al oír que el timbre de los gritos se tornaba más grave y rasposo. Siguió, caminando con miedo. Los gritos no cesaron. Veía  los rieles del tren pero no veía movimiento alguno. Reconoció en los gritos el llanto de un recién nacido. Cuando llegó a los rieles, encontró dentro de una caja de zapatos un bebé vistiendo una polera   XL. Miró en todas direcciones, no encontró a nadie. Lo tomó en brazos. Tomó de la caja un chupete. Se lo puso en la boca y  de a poco dejó de llorar. Regresó a su cubil. Se puso al niño en el pecho  y durmieron ambos hasta el día siguiente.
Soñó que el tren lo llevaba de regreso a casa. Con el follaje de los árboles, zarzamoras y plantaciones al costado del camino.
A la luz del día, en el lugar de los hechos, pudo reconocer la huella de un automóvil que se perdía en la dirección en donde se pone el sol. "De allá vienen" Decidió ir a devolver a la guagua. Se lo agradecerían y tal vez lo premiarían permitiéndole instalarse a vivir con ellos.
Regresó a su refugio, tomó al recién nacido, un poco de agua para el camino y partió. Había caminado en esa dirección, pero esa zona era demasiado extensa y eran muy pocas las cosas que encontraba en esa dirección. Además era muy lejos de la línea del tren, y no quería estar lejos para cuando el tren apareciera. Caminó con el niño en brazos. Le daba de beber con un trapo mojado que le ponía en la boca y le refrescaba la frente. El niño durmiendo, apenas reaccionaba. Se hizo de noche, descansó detrás de una roca. Hacía mucho frío, decidió seguir caminando para entrar en calor. De apoco fue amaneciendo. En el suelo comenzó a encontrar más huellas de autos, más zapatos de seguridad,  más  huesos de animales. Soltó un pequeño grito al toparse  de imprevisto con el cadáver de un perro,  hinchado y tieso, con el hocico abierto enseñando sus colmillos y con  la lengua y los ojos tapados de gusanos y moscas. Siguió caminando, el terreno había dejado de ser plano y comenzaba una pendiente. Al frente, lejos vio el poblado. Las casas eran idénticas a su refugio: Techos de lata con paredes de madera. Una al lado de la otra. Alcanzaba a oír movimiento de autos y radios encendidas y voces de niños. Entre Les y el poblado había una honda quebrada que era usada de vertedero. Rumas de neumáticos, botellas, chatarra de autos y escombros. Perros y gaviotas husmeando en las bolsas plásticas. Conchas de molusco, cáscaras de plátano, colillas de cigarro, latas, ropa y ratones. Todo húmedo por el rocío de la mañana y soltando un vapor provocado por los primeros rayos de sol.
Les  dudó de entregar al niño ahí.  Bordeó el vertedero para acercarse más y de pronto se vio en medio de una jauría de perros que empezaron a gruñirle y ladrarle. Uno  mordió su pantorrilla izquierda. Les se echó a correr vertedero abajo, cada pisada se le  hundía en aquel pantano de bolsas de basura negra, tenía que  pisar lo que pareciera más sólido,  logro dar trancos cada vez más largos y  apresurados,  apenas posaba la punta de sus pies para rebotar hacia el siguiente paso,  arrancaba, casi planeaba sobre el basural cuando un  fierro se atascó en su overol rajándole una pierna, botándolo al suelo y haciéndolo rodar quebrada abajo y dejarlo de cabeza, torcido e incrustado sobre un montón de cajones fruteros.
 Quedó inconsciente.
Soñó que levitaba sobre el desierto. Que se alzaba hacia el cielo y veía todas las marcas que había dejado en la línea del tren. Vio cómo cada una de estas se unía por una delgada línea -la huella de sus pasos- al lugar donde estaba su refugio originalmente. Vio el entramado de todos sus recorridos por el desierto. Vio  la distancia entre la línea del tren y el vertedero. Quiso alejarse más y encontrar otro poblado o la estación de tren más cercana. Hizo un esfuerzo por estirarse con su espalda y sintió el dolor en su cuerpo. Se despertó. Abrió los ojos, se recompuso y se puso de pie. Salió a penas del vertedero. Tenía un tajo abierto  en su pierna derecha. Buscó al niño en el lugar que recordaba haberlo perdido, no estaba por ningún lado. La jauría tampoco.


Les abandonó su cubil. De ahí rescató sólo el contenedor para el agua. Camina todos los días por la línea del tren con el sol que sale a su izquierda y se pone por su derecha. Cuando se hace de noche se refugia tras una roca o hace un desnivel en el suelo donde duerme en posición fetal. De día camina y de noche sus huellas las borra el viento.