martes, 10 de enero de 2012

Debo orinar la lápida de mi madre.

Debo gritar que (en realidad) soy un gordo homosexual
debo incinerar toda mi obra
y amputar cada uno de mis dedos
Para que nada sea sagrado
para no confundirme
y vivir por lo esencial.
Nosotros eramos el sexo.
Yo la idea platónica del sexo,
ella la mujer más sensual que he conocido.

Nuestro fornicio era divino,
era lejos lo mejor del mundo,
no hay otra igual.
Yo la disfrutaba como nadie lo hará jamás
y aún puedo saborear cada centímetro de su piel.

Nosotros eramos el sexo.

Inundábamos el planeta cuando nos amábamos
y eramos el universo entero
eramos todo el sexo
todos los sexos
todo el futuro
todo el pasado
todo el presente.
Eramos infinitos
hasta hoy.
El tiempo en lugar de hacernos crecer
nos va mutilando.
Mi cuerpo sin extremidades
debe cargar con los cadáveres de las personas
que me fueron arrancadas a la fuerza,
que se fueron sin mi consentimiento
y que me obligaron a cercenar un pedazo de lo más mío,
de lo más genuino que tengo:
mi querer.