martes, 1 de abril de 2014

Andalicio & Aquiles

No se  veían hace ocho años. Se conocieron cuando ambos prometían tener una fructífera carrera en el rock progresivo local. Luego de muchos conciertos y  una condensada rivalidad-gloria-decadencia, cada cual siguió su camino sin saber mucho el uno del otro.

Andalicio lo llamó un lunes, imprudentemente temprano,  para pedirle prestado un pedazo de la batería. -El tambor, la caja, la redoblante, la snare drum, o como sea que te guste llamarle-, dijo.
 Venía llegando a Chile y tenía pocos días para grabar con su banda que recién había migrado desde Argentina. Todos los integrantes  habían migrado excepto él, que si bien era chileno, allá ya tenía una mujer francesa, un hijo argentino y planes de instalarse en Francia en junio.
-Andalicio debe ser el mejor batero que conozco-, dice Aquiles. Lo he visto tomar las baquetas con la yema de sus dedos y alternar golpes de corchea, semicorchea, fusa, aumentada  y la conchasumadre contra el tambor sin siquiera mover las muñecas, mientras  mira con sonrisa de niño que  muestra un truco nuevo. Sentado tras la batería cerrando los párpados de su cara redonda y asimétrica, con un una mitad inflamada como si permanentemente estuviera con hinchazón post dentista. O con paperas. Sus movimientos tranquilos y fluidos, su y equilibrio de Tai Chi, contrastan absurdamente con el ruido histérico de metralleta que brota del aparataje de fierros, platillos y tambores.  Casi  tanto como el lado izquierdo con el derecho de su cara.

-Chile ya no  es mío, Santiago ya no es mío- decía, -Mira ese edificio, esa casa, cuándo vi eso yo, nunca, está todo cambiado ya no recuerdo ni el nombre de las calles-  Al tiempo que pronunciaba  palabras se daba cuenta de que su boca estaba plagada de modismos argentinos, sonreía con pudor y se corregía cuando decía alquiler en lugar de arriendo, copado en lugar de bacán.
Una ciudad puede cambiar más rápido que una persona, pensaba Aquiles,  le parecía que Andalicio en ocho años no había cambiado sustancialmente. Seguía siendo el mismo tipo tranquilo y sencillo, sólo que ahora tenía una mujer e hijo, toda un vida en otro país, una nueva visión de lo que es chile, de lo que significa tener treinta años y vivir fuera del sistema; una mezcla de  resignación y felicidad.

Caminando hacia Providencia por la calle Holanda, justo a la hora pico, el tráfico de autos en sentido contrario avanza lento y los dos amigos caminan inmersos en una charla sin advertir la cantidad de ojos que se posan sobre ellos y los pedazos de batería que destellan como diamantes al sol.
De un auto se escucha un coro de mujeres y se ven manos saludando. Aquiles, Aquiles!!  Tres mujeres,  crespas sonriendo y asomando sus cabezas, Aquiles toca las manos de cada una, las saluda, les sopla besos desde su mano y siguen caminando. -Me las cogí a las tres- dice. Mentira, sólo cogió con la que iba en el asiento de atrás un día después de un partido fútbol  importante, en un asado en la casa de alguien, terminaron todos bailando y ellos se fueron a follar en un auto. Luego de un corto follón medio vestidos, unos cigarros, unos sorbos de licor y un eficiente blowjob,  Aquiles la llevó a casa de sus padres y ella, antes de bajarse,  compartió un poco más de intimidad con él, contándole cosas como su aversión al gremio de los periodistas o  que su hermana se había suicidado hace una década atrás. Ese fue el primer sexo que tuvo Aquiles después de que su novia lo había abandonado.
 A las otras dos crespas de adelante le hubiese gustado cogérselas, pero con una sólo bailó en un matrimonio y borracho,  le confesó que andaba cachondo, que había decidido no usar corazoncillos ese día, y que el roce del genero con sus genitales lo traía excitado. Ambos, sabiendo esta información bailaron el resto de la noche frotándose y refregándose hasta que Aquiles abatido por el alcohol, se echó a dormir debajo de una mesa y no supo más de sí. La tercera, la que conducía, también le hubiera gustado cogerla, pero había sido novia de su hermano, de otro amigo cercano y hace poco había contraído matrimonio, así que a decir verdad, nunca tuvo  chances reales ni de verla desnuda ni de  follar en cuatro patas ese moreno y atlético trasero, tal como lo estaba imaginando en ese momento. Como sea, Andalicio no creyó una palabra de lo qué le dijo  y siguieron su marcha hacia el estudio.


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