lunes, 28 de abril de 2014

Lo que se traga, lo que se escupe, y lo que se traga sin saborear.

Hubo que bajar en bicicleta a las dos de la madrugada por la ciclovía de la calle Curicó en dirección al centro. Cruzar la Panamericana, dar vueltas por Sazié, Vergara, Gorbea hasta dar con la dirección. Entrar al cité protegido por una reja de fierro forjado  y verla aparecer por el pórtico de su casa. ¿Si, te gusta?, la remodeló mi viejo. Sí, la cagó, es como una cabaña. Mira, traje un poco de pisco. Buena, voy a buscar hielo. Ya.

Tuvo que hacerse el weón y culiar desconcentrado por que el alcohol en su estómago vacío lo había noqueado ya. Linda de cerca, fea de lejos, pensaba. Linda fea. Pensaba en los cálculos renales de su amigo. Pensaba si acaso ella podría ayudarle a arreglar, con su máquina de coser,  esa chaqueta rajada que andaba trayendo. Pensaba en la fuerza de su olor e intentaba distraerse  escondiendose en su  pelo, imaginando que era otra, que era su tierna vecina a quién ya había atesorado como una nueva fantasía. De quién ya había decidido enamorarse en secreto. Recordó sus caminatas de regreso a la hostal donde vivió cuatro meses en Wellington. Recordó ese sucio rincón bajo el lavaplatos de la cocina del restoran en el que trabajaba y entendió por qué ese específico rincón del planeta, cubierto de sarro, cucharas olvidadas, grasa, jabón, cables, fierros, esquirlas de loza y restos de comida húmeda lo conectaban con su patria. Ese espacio que no sería tocado jamás por un rayo de luz, ni por una escoba ni menos por una mano humana. Esa fealdad que se tiene en frente y que se ignora. Ese micro vertedero, toda esa fetidez era directamente proporcional a las cinco estrellas de los platos del restoran y  lo transportaban a su casa.
Terminaron. Fue a buscar papel higienico y se limpiaron. Un trozo fue a caer dentro de un vaso whiskero y quedó flotando el resto de la noche en coca cola y pisco. Reposando junto a los dos cuerpos tumbados.
A la mañana siguiente el ruido de edificios construyéndose los despertó de a poco. Ignoraron largo rato el pulso irregular de martillos contra tablas. Pretendían que dormían entre camiones  cargados de tierra retrocediendo,  excavadoras, perforadoras, grúas y voces sonando en radios. Quiso evitar hacer el amor de nuevo, pero no pudo zafar y se rindió al manoseo hábil a dos manos. Antes de ducharse tomó con su derecha el papel del vaso, lo estrujó y lo tiró a la basura. En el camino de regreso colchones abandonados en la vereda, humo de autos, carros de sopaipillas. Un grupo de cinco universitarias con delantal caminan desayunandose un completo gigante. Qué hambre.


Los frenillos de Sybilla

Sybila tiene trece años y es una mujercita. La conocí cuando tenía sólo diez y sus días se  iban en amasar a su gato, dibujar historietas de Disney Channel, lloriquear por la comida, pedarse sin pudor y faltar al colegio.
Sus dientes adultos recién asomados, haciéndose espacio en la dulce cara de una niña eran todo lo que se dice una ensalada.
Pendeja de mierda, me dije mil veces. Todo el resto del tiempo traté de ser un hermano o un papá, o un weón buena onda en el que pudiera confiar. Intenté educarla, pero sobretodo intenté tenerla de mi lado. Ser su amigo para revivir en su niñez mi niñez entrañable. Era fácil olvidar el berrinche y deajrse sorprender por su inagotable inventiva. Por el nivel  de su absurdo. Cómo no comprarle un helado. Cómo no madrugar para llevarla al colegio.

Hoy con frenillos,  ese desparramo de huesos que tenía es ahora una perfecta sonrisa teenager que encandilará a cualquiera. Así como ella solía encandilarme a mí.

lunes, 21 de abril de 2014

Cabeza blanca pelo negro

Mi vecina tiene un novio que si lo  hubiera conocido antes que a ella,  podría fácilmente haberse convertido en  mi mejor amigo y hubieramos grabado cortometrajes y hecho canciones. Pero desafortunadamente los conocí a los 2 juntos, son mis vecinos y por consecuencia guardo distancia con ambos. Ella es como una huasita del campo. De melena oscura y piel blanca.  Sin una pizca de maldad. Tal vez sólo el escote de sus pechos copa E sea su única cuota de maldad. O tal vez ella es tan buena que nisiquiera ha reparado en el tamaño de sus pechos. Ni de que salgo de mi habitación cuando la oigo salir del baño para  verla pasar en toalla y sentir su olor a ducha en el pasillo y una vez en el baño hacer la reconstitución de escena, y ver las gotas de agua que ahora se acumulan en el desagüe de la tina, colgar de cada uno de sus pezones dilatados por el calor del agua,  erectos  por el frío del aire mañanero.
Tampoco se ha dado cuenta de que cuando ella sube a desayunar, yo ya estoy tomando el mío, cosa que no le permite, por reglas de civilidad y buenas costumbres, sentarse y desayunar frente al televisor, como es la costumbre acá y la obliga a tener una cordial cita conmigo.

Pasa el día lento para ambos, cada uno sumido en sus tareas en sus respectivos cuartos, con las puertas abiertas como una invitación  in-intencional  a entrar en la intimidad del otro.   Salen de imprevisto en sus bicicletas, vuelven se topan y se saludan con reverencias del siglo 17, se oyen el uno al otro a escasos metros canturreando  o manipulando alguna herramienta.

Él guarda una réplica de la  cabeza de ella en una mochila bajo su cama. Melena oscura, tez clara, dientes perfectamente blancos y redondeados contrastando con el rojo de sus labios y encías. Él besa la frente de la réplica antes de salir, la pone entre sus piernas cuando se acuesta a dormir. La peina y la pone en lo alto de una repisa desde donde ella pueda observar y acompañar  todos sus movimientos.

Ella a su vez,  no se preocupa jamás de recojer sus cabellos atascados en el desague después de ducharse y de vez encuando abandona  su ropa usada en el suelo del baño.

lunes, 7 de abril de 2014

La mujer sin regla

11:37 voy atrasado a juntarme con el Kotalo, gran ejemplar del rock nacional. Tenemos que grabar unas maquetas de lo que será su próximo disco. Anoche me comí una amiga de la Fran, la Fran. Me dio la impresión que no sabía culiar, que era virgen, que prefería los dedos al mete-saca en sí.
Camino a la estación San Joaquín del metro miro por la ventana los carteles de cerveza, y pienso que alguien debería asesinar a los publicistas de la cerveza Escudo y sus eslogans loleins y asquerosamente sexistas.
Me bajo del metro apurado, bajo las escaleras todavía con un poco de caña. Me duele el pie izquierdo, no sé por qué, no recuerdo haberme caído ni torcido ni nada anoche, pero ando cojeando igual.
Hola, Kotalo. Abrazo.
-wena, Javier, este es Cuevi
-cuánto?
-Cuevi
-hola
El tercero,  Pancho, es un chascón metalero que intenta abrazarme, pero no lo conozco. -Hola.

Luego de 3 fructíferas horas en el estudio caminamos a la estación Rodrigo de Araya a comer  completos. Pancho, el chascón, se fué a su casa y ahora nos acompaña, Aquelo. Otro de los estudiantes que hicieron de técnicos de grabación en el estudio. Aquelo es un especímen curioso. Tiene las pestañas largas y tiezas como las de un caballo. Debe medir con suerte un metro sesenta y tiene los lóbulos de las orejas pegados a la quijada. Casi inexistentes. Tiene una que otra vellosidad en la cara que luce sin complejos como barba. Mientras esperamos que Kotalo vuelva del cajero, Aquelo fuma. Le ofrezco agua. No quiere. Yo insisto en que no es necesario que Kotalo nos invite a almorzar, que esto es colaboración. Aquelo insiste en  comer completos.
-No había plata en el cajero, no me dejó sacar dos lucas solamente-.
- Filo, vámos pa la casa, nomá.
-Dale, caminemos a Rodrigo de Araya, tengo que tomar micro allá.
-Oh, mira. Están abierto los completos-, nos obliga Aquelo.
-ok, entremos.
Despúes de almorzar, Kotalo le pregunta a Cuevi a qué grupo pertenece él en su universidad, si a los metaleros o a los hip hoperos. -A ninguno-.
-Pero, ¿si hubiera una pichanga entre los metaleros y los hiphoperos en qué equipo jugarías ?-
-sería arbitro-

Salimos del local, Aquelo sube a su micro camino a la precordillera. Cuevi, Kotalo y yo subimos al metro dirección norte. Chao, Kotalo, abrazo. Chao, Cuevi, ¿abrazo? no, bueno ya, sí, no, mejor que no. Suena el timbre, van a cerrar la puerta, me doy media vuelta por poco la puerta me amputa mi pie izquierdo que me ha estado hueviando toda la mañana. -Nos vemos, hablamos! les hago una seña a través de la ventana, mientras el tren empieza a moverse.
Cojeo un par de cuadras camino a mi casa  recordando las manchas de sangre seca en las sábanas de la cama de anoche. -Mira lo que hiciste!- Le dije. -Eso no es mío- Nos reímos. No era de ella, me consta. Pero una broma ayuda a romper ese hielo matutino entre dos desconocidos que despiertan juntos.
La sangre, sangre que aflora de la vagina. Me acuerdo de ella. De la Mujer sin Regla. De su departamento decorado como casa piloto. De los afiches de Tolouse Lautrec, de las fotos de Marilyn, los sillones de cuero. De aquél maniquí grotesco junto al velador que usa como colgador de paraguas, sombreros y bestones. Me acuerdo del día que me contó  de su condición. Que simplemente no tenía ciclo menstrual, nunca lo había tenido, y que no le daba ni pena, ni miedo, ni sensación de invalidez , ni de bicho raro, de hecho le parecía bastante práctico e higiénico. Además, no puedes extrañar algo que nunca tuviste.
Fair enough, digo yo. Es una especie de superpoder que tienes. Tal vez por eso puedes subir el cerro San Cristobal trotando con resaca. Tal vez por eso tu abdomen y tus glúteos son pura fibra.
-No es un superpoder, yo soy una chica normal, pero sin regla.


domingo, 6 de abril de 2014

martes, 1 de abril de 2014

Andalicio & Aquiles

No se  veían hace ocho años. Se conocieron cuando ambos prometían tener una fructífera carrera en el rock progresivo local. Luego de muchos conciertos y  una condensada rivalidad-gloria-decadencia, cada cual siguió su camino sin saber mucho el uno del otro.

Andalicio lo llamó un lunes, imprudentemente temprano,  para pedirle prestado un pedazo de la batería. -El tambor, la caja, la redoblante, la snare drum, o como sea que te guste llamarle-, dijo.
 Venía llegando a Chile y tenía pocos días para grabar con su banda que recién había migrado desde Argentina. Todos los integrantes  habían migrado excepto él, que si bien era chileno, allá ya tenía una mujer francesa, un hijo argentino y planes de instalarse en Francia en junio.
-Andalicio debe ser el mejor batero que conozco-, dice Aquiles. Lo he visto tomar las baquetas con la yema de sus dedos y alternar golpes de corchea, semicorchea, fusa, aumentada  y la conchasumadre contra el tambor sin siquiera mover las muñecas, mientras  mira con sonrisa de niño que  muestra un truco nuevo. Sentado tras la batería cerrando los párpados de su cara redonda y asimétrica, con un una mitad inflamada como si permanentemente estuviera con hinchazón post dentista. O con paperas. Sus movimientos tranquilos y fluidos, su y equilibrio de Tai Chi, contrastan absurdamente con el ruido histérico de metralleta que brota del aparataje de fierros, platillos y tambores.  Casi  tanto como el lado izquierdo con el derecho de su cara.

-Chile ya no  es mío, Santiago ya no es mío- decía, -Mira ese edificio, esa casa, cuándo vi eso yo, nunca, está todo cambiado ya no recuerdo ni el nombre de las calles-  Al tiempo que pronunciaba  palabras se daba cuenta de que su boca estaba plagada de modismos argentinos, sonreía con pudor y se corregía cuando decía alquiler en lugar de arriendo, copado en lugar de bacán.
Una ciudad puede cambiar más rápido que una persona, pensaba Aquiles,  le parecía que Andalicio en ocho años no había cambiado sustancialmente. Seguía siendo el mismo tipo tranquilo y sencillo, sólo que ahora tenía una mujer e hijo, toda un vida en otro país, una nueva visión de lo que es chile, de lo que significa tener treinta años y vivir fuera del sistema; una mezcla de  resignación y felicidad.

Caminando hacia Providencia por la calle Holanda, justo a la hora pico, el tráfico de autos en sentido contrario avanza lento y los dos amigos caminan inmersos en una charla sin advertir la cantidad de ojos que se posan sobre ellos y los pedazos de batería que destellan como diamantes al sol.
De un auto se escucha un coro de mujeres y se ven manos saludando. Aquiles, Aquiles!!  Tres mujeres,  crespas sonriendo y asomando sus cabezas, Aquiles toca las manos de cada una, las saluda, les sopla besos desde su mano y siguen caminando. -Me las cogí a las tres- dice. Mentira, sólo cogió con la que iba en el asiento de atrás un día después de un partido fútbol  importante, en un asado en la casa de alguien, terminaron todos bailando y ellos se fueron a follar en un auto. Luego de un corto follón medio vestidos, unos cigarros, unos sorbos de licor y un eficiente blowjob,  Aquiles la llevó a casa de sus padres y ella, antes de bajarse,  compartió un poco más de intimidad con él, contándole cosas como su aversión al gremio de los periodistas o  que su hermana se había suicidado hace una década atrás. Ese fue el primer sexo que tuvo Aquiles después de que su novia lo había abandonado.
 A las otras dos crespas de adelante le hubiese gustado cogérselas, pero con una sólo bailó en un matrimonio y borracho,  le confesó que andaba cachondo, que había decidido no usar corazoncillos ese día, y que el roce del genero con sus genitales lo traía excitado. Ambos, sabiendo esta información bailaron el resto de la noche frotándose y refregándose hasta que Aquiles abatido por el alcohol, se echó a dormir debajo de una mesa y no supo más de sí. La tercera, la que conducía, también le hubiera gustado cogerla, pero había sido novia de su hermano, de otro amigo cercano y hace poco había contraído matrimonio, así que a decir verdad, nunca tuvo  chances reales ni de verla desnuda ni de  follar en cuatro patas ese moreno y atlético trasero, tal como lo estaba imaginando en ese momento. Como sea, Andalicio no creyó una palabra de lo qué le dijo  y siguieron su marcha hacia el estudio.