Estoy acostado desnudo en un altar de barro, en una pieza oscura y fria, en un pueblo del norte construido en adobe. Mi hermano David y el resto del consejo entran en fila a la habitacion en silencio, con la solemnidad que requiere el ritual.
Se acercan y me rodean. David levanta un cuchillo y lo clava en mi vientre. No reacciono. Desliza el cuchillo, cortando la carne, dibujando un semi circulo. El resto de los miembros observa en espera de su turno. Dos de ellos levantan mi piel para descubrir las tripas. Otro dos retiran los organos y los ponen en un balde con alcohol etilico. David los toma, los refriega y limpia uno a uno con un cepillo y los vuelve a colocar en su lugar.
Soy un nuevo habitante de este pueblo. Pertenezco a la cofradia, ahora. Estoy rapado como ellos, visto trapos color vino, sandalias con lazos de cuero y en mi espalda llevo un sable. Soy un Samurai. Los ninos del pueblo me reconocen como tal y corren a recibirme. Yo sonrio levemente, me abro paso entre ellos y me despido tocando algunas cabezas presto a cruzar el desierto.
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