Durante mis labores de pintor, cuando llega la hora de alimentarse, generalmente evito cocinar yo mismo. Me da la sensación que entre salir a comprar los ingredientes, cocinarlos, comerlos y lavar los platos pierdo demasiado tiempo. Así que bajo al restorán chino que está justo en el primer piso del edificio donde vivo, que en general es malo. Pero está ubicado en una esquina estratégica, así que tiene comensales siempre. Además venden cerveza. Me ha sido muy difícil, después de dos años, entablar una relación de amistad o vecindad con ellos. Al parecer se rehúsan a utilizar nuestro idioma fuera de lo meramente laboral. A grandes rasgos es un restorán malo, pero el arroz chaufán les queda bueno. Y cuando la carne no está hedionda, el chapsui o la carne mongoliana con arroz -a 3.200 pesos- es un plato bastante sabroso y contundente.
Un almuerzo memorable fue cuando estuve trabajando en el rodaje de esta película de Neruda. Estaba en la bodega de Franklin con Lord Cochrane llenando unas botellas de vidrio vacías con un jugo en polvo que simulaba perfectamente el color del vino tinto. Había empezado temprano ese día o estaba con resaca, la cosa es que más temprano de lo esperado, me atacó el hambre y tuve que salir a buscar algo antes de caerme de fatiga. Aproveché el aventón y caminé hasta Victoria por San Diego en busca de suelerías. Hace rato ando con ganas de comprar un pedazo de cuero para dibujar un mapa de algo con lápiz pasta. Imagina lo que debe ser deslizar la punta de un lápiz BIC sobre la superficie lisa de un paño de cuero. Suavidad pura. En mi mente visualizo nítidamente este trapo clavado al muro, como un pergamino místico. Como un mapa. Un dibujo de un secreto encriptado.
Ahora, cuando el caballero que atiende me pregunta ¿qué anda buscando? ¿para qué lo quiere? empezamos con los problemas. Para dibujar encima, le respondo.¿Cómo?, me dice. Para hacer artesanía, le clarifico. No, no tenemos eso. Yo, empiezo a perder la paciencia, y le pregunto por el precio de este y de aquél. Él se complica, comienza a sacar cuentas, por que el cuero lo venden por metro cuadrado, no por pliego o por rollo, como yo esperaba. No nos entendemos, no llegamos a ningún acuerdo, pese a que lo que yo ando buscando está justo ahí, frente a mi, en los estantes detrás del caballero. Ahí mismo, en todos sus colores y grosores. "¿Para qué lo quiere?, ¿Qué va a hacer con él?" insiste el caballero. A mi me parece absolutamente inútil decirle que quiero dibujar un mapa con los hitos de mi vida a lápiz pasta sobre un pedazo de cuero, así que le digo "No es importante". "Es que si no me dice lo que quiere yo no lo puedo ayudar" "Ok" le respondo, y me retiro indignado de la tienda.
Cruzo la calle y justo en la esquina de Victoria con San Diego hay una schoppería fuente de soda. En la pizarra está escrito el menú del día. Hace mucho frío y el completo que me serví hace unos instantes en un almacén un par de cuadras más atrás me quedó en la muela.
Hamburguesas al jugo con arroz.
Entro
Pido mi plato
Mientras espero veo en la mesa de enfrente una abuelita.
Se está comiendo un completo
La veo abrir su boca y masticar el pan
veo su nariz embetunada en mayonesa y palta
"La dificultad del completo", pienso
Me recuerdo del último cumpleaños de mi abuelo, Don Rafael Calderón
Quien muriera en un asilo de ancianos, completamente senil.
Recuerdo que lo fuimos a visitar a su hospicio.
Estaba él sentado en la cabecera de una mesa
rodeado de otros abuelos y abuelas
todos con coloridos sombreritos de cartón sujetados con elástico bajo el cuello
la mesa decorada con mantel de cumpleaños
guirnaldas, globos y serpentinas en las murallas
sobre la mesa, cada anciano tenía un completo
Algunos intentaban comerlo con la mano
otros con tenedor y cuchillo
otros tenían una enfermera al lado ayudándoles
Ningún completo fue comido entero
ningún completo hasta el final
toda la palta el tomate y la mayo repartida por la mesa
los bigotes y las mangas de los comensales.
mientras nosotros, la familia, cantábamos de pie el cumpleaños feliz.